En el añ0 2015, la isla de Lesbos, en Grecia, se convirtió en la puerta de entrada a Europa de miles de personas que huían de la guerra de Siria y de otros conflictos que se libraban en sus países, como Pakistán, Afganistán, Irán e Irak. Llegaban al norte de la isla en botes neumáticos. Embarcaciones con motores no aptos para este tipo de travesía y en las que navegaban con una única protección: chalecos salvavidas que en muchas ocasiones no servían, porque eran falsos. Según el tipo de embarcación, los migrantes pagaban entre 1.000 y 2.000 € por «billete». A su llegada a tierra, un pequeño grupo de voluntarios mal organizados y con pocos recursos les ofrecían ayuda. Después de ser trasladados a campos de acogida, llamados «short transit camp», recibían comida caliente, ropa seca y mantas. Tras esperar algunas horas, eran trasladados a los principales campos de refugiados de la isla: Moria y Kara Tepe. Allí eran registrados y una vez registrados (tras largas e interminables esperas) podían comprar un billete de ferry para ir hasta Atenas y seguir su viaje por la ruta de los balcanes hasta llegar principalmente a Alemania, Dinamarca, Francia o países nórdicos. Las condiciones en el campo de refugiados de Moria eran deplorables y rápidamente el campo estuvo sobresaturado.